lunes, septiembre 04, 2006

Querida Ana


Cuando leí “El diario de Ana Frank” tendría yo la misma edad que ella cuando empezó a escribir: unos doce años. Por supuesto, este hecho originó cierta identificación con ella, a pesar de que, claro, nuestras circunstancias históricas eran totalmente diferentes.

Para ese momento, yo había intentado ya en una ocasión (o tal vez dos) llevar un diario: sin embargo me aburrió porque lo único que hacía, básicamente, era un recuento cronológico de mi día, así que pronto lo abandoné.

Leer el diario de Ana me aportó lo que podría o debería ser un diario: un lugar donde, si bien se podía contar el acontecer de un día, también se dejaban allí impresos los pensamientos.

Del diario de Ana - ahora soy conciente de eso, en ese entonces, no lo era- me gustaba (o me gusta) la intimidad que transmite: es como una voz salida del tiempo que me permitía meterme en el anexo donde vivían y espiar por unos segundos la cotidianidad de sus habitantes. Ana escribió su diario con la idea de que nadie más lo vería: eso le dio la libertad de escribir sin obstáculos, de ser totalmente sincera, de no intentar pretender. Su único “destinatario” era su amiga imaginaria Kitty.

A raíz del diario de Ana, yo empecé a escribir el mío. Y en mi caso, era a ella a quien le escribía. Sin ser esa la intención, ese diario lo llevé casi por el mismo tiempo que Ana tuvo el suyo. Después, dejé de llevarlo y este blog, hace tres años vino a remplazar ese único esfuerzo realmente serio. Hubo otros muchos intentos, casi muecas de diario, pero este blog, es lo único realmente comprometido que he hecho.

A raíz del viaje, llevé un cuaderno de notas donde, mientras las madrugadas, las llegadas tarde, el cansancio y los tiempos de baño me lo permitían, intenté escribir lo que cada una de las ciudades me transmitió. Ayer leí algunas cosas de las que escribí y me recordaron el diario de Ana porque, creo, logré allí justamente eso que me gusta del diario de ella: la capacidad de contar sin influencias, de narrar los hechos unidos a sus percepciones como si fueran uno. Por eso, hoy la recuerdo.

Querida Ana:
Después de muchos muchos años, volví a escribir. Al menos, a sentir que había escrito. Durante el viaje llevé un diario (igual hicieron mis padres). Procuré escribir sin prevenciones, incluso olvidando todo lo que sobre escribir he aprendido: todos los autores que he leído y que por muchos años me han inhibido de intentar si quiera decir “escribo”; olvidar lo que mi padre me ha enseñado o sobre lo que de redacción aprendí en la universidad; y, si es posible, incluso escribir sin detenerme dos veces a pensar en la gramática, en la sintaxis o hasta en la ortografía.

Por supuesto, el resultado es un texto casi amorfo, descuidado y carente de organización y, sin embargo, ayer al leer otra vez lo que escribí durante estos días, me sentí orgullosa de esas palabras, porque eran sinceras, respondían al momento y las dejé brotar como venían. Porque sentí lo que sentía al leerte: como si un túnel del tiempo me absorbiera y me llevara a ese momento de nuevo: pero no solo al lugar sino también a la sensación.

Quiero decirte, también, querida Ana que conocí la Alemania donde naciste y moriste. Bueno, en realidad fue solo Berlín. Y que aún respira en mí esa ciudad. Y la pienso y quisiera volver pronto.

Quisiera decirte que regresar ha sido difícil. Que estoy melancólica y por mi cabeza se suceden aleatoriamente todos los lugares conocidos y las situaciones vividas, y me entristece no encontrarme cada nuevo día con la expectativa de conocer algo diferente o adivinar tras una acción, un comportamiento o un pensamiento distinto a los míos o a los que ya conozco.

Que sé que estas sensaciones tan placenteras para mí, no tengo otra opción que “aplazarlas”. No, en realidad, no tengo otra opción que esperar y hacer todo lo posible para que se repitan.

Que me gustaría hablar de lo vivido como forma de recrearlo de nuevo y casi exorcizarlo: pero pocos son los oídos interesados y los ojos que quieren ver nacer en mis palabras la Alexanderplatz, el castillo de Kafka, la oscuridad del mar báltico a media noche o la estepa rusa. Tienen otros intereses y otras realidades.

En fin, Ana. Te escribo como hace muchísimo tiempo no lo hacía. Espero que estés bien, si estás. Te envío un abrazo en el tiempo, amiga.

T.

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