domingo, mayo 25, 2014

¿Por qué votaría por Santos?

Contaba mi abuela Isabel que mi abuelo Carlos y su hermano Carmen Julio tuvieron que huir de Floresta, Boyacá, por ser liberales en un pueblo eminentemente conservador. Eran los tiempos de la violencia partidista entre liberales y conservadores. Alrededor de los mismos años, mi abuela Ana con mi padre en brazos, iniciaba un largo recorrido en caballo y luego en canoa desde Pitalito, Huila, hasta Leticia, Amazonas, para reunirse con mi abuelo Joaquín quien había encontrado refugio allí de la violencia que también lo había sacado de su tierra , también por ser liberal.
Yo, entonces, soy descendiente de esos primeros desplazados de una violencia que ha azotado al país por más de medio siglo.
Mi abuelo Carlos jamás regresó a Floresta, perdió sus tierras, y después de aventurar por tierras llaneras, terminó en la capital donde conoció a mi abuela Isabel. Mi abuela Ana y mi abuelo Joaquín regresaron al Huila. Años después mi padre emigraba a la gran capital a buscar las oportunidades de estudio que no se encontraban y aún escasean al sur del Puracé. Años después yo salí del país desgastada por la violencia que aún azota al  país.
Mis abuelos todos ya murieron sin ver un día de paz en Colombia. Yo nací al año siguiente del nacimiento del M-19, cuando el narcotráfico empezaba a tomar fuerza y aún no conozco cómo luce un día de paz en Colombia. Para quienes nacieron en este siglo, el M-19 ya es historia gracias al proceso de paz durante el gobierno de Virgilio Barco, el narcotráfico es algo que se ha extendido a los países vecinos y tampoco saben lo que es un día sin conflicto armado en Colombia.
Tres generaciones. Vamos para un siglo de conflicto.
El M-19 se desmovilizó y Colombia no se convirtió en comunista. Incluso algunos de sus antiguos líderes como Rosemberg Pabón llegaron a apoyar a Álvaro Uribe. Otros, más inteligentes, han dado ejemplos de excelentes capacidades administrativas como Antonio Navarro Wolf.
Tras 24 años de desmovilización del M-19, Colombia sigue siendo el mismo país conservador de siempre. Ni todos los Navarro Wolf o Petros han logrado cambiar eso.
Toda mi apuesta por Santos se basa en un deseo de paz. No espero que al día siguiente de que se desmovilicen las FARC, la paz descienda sobre Colombia. Pero al menos ya estaríamos enrutados. Como dicen, la paz no solo es ausencia de guerra.
Este tipo de negociaciones demandan establecer altísimos niveles de credibilidad y confianza entre las partes involucradas. Tras tantos años de enfrentamientos que han causado pérdidas, rencores y odios de ambos lados, lograr que enemigos se sienten y se crean, es muy muy MUY difícil. Lo intentó Pastrana, sin resultados.
Santos ya lleva recorrido ese camino. Faltan aún dos de los cinco puntos por negociar en la agenda en discusión. A pesar de los avances, no significa que el resultado final sea un acuerdo. Para alivio de quienes aún ansían la guerra, estas negociaciones todavía pueden fracasar.
Votar por Zuluaga es prolongar el conflicto. Hay quienes dicen que a las Farc ya las teníamos arrinconadas, que faltaba poco para acabarlas. Eso lo vengo escuchando desde que tengo uso de razón. Votar por Zuluaga es votar también por la ilegalidad. Y no, el fin NO justifica los medios. Y NO, quienes creen que están a salvo de los actos ilegales en los que incurrió Uribe y en los que ya incurre Zuluaga porque están en el mismo bando desconocen que este tipo de estructuras criminales terminan persiguiendo a sus propios seguidores porque entre ellos solo la deslealtad, la desconfianza y la traición reinan. Nada impide que ustedes mismos sean víctimas de acusaciones falsas. Y cuando el imperio de la ley se subvierte, el juicio y la sentencia no provienen de jueces sino de verdugos.
Cualquier otro candidato tendría que volver a andar el camino ya andado. Y eso toma tiempo. Esto no es como remplazar un bombillo con otro.
Si ese día llega. Si llega el día en que las Farc se desmovilizan, no va entrar un ejército rojo por las calles de Bogotá, ni la canción La Internacional va a remplazar al himno nacional. No. Vamos a enfrentar un reto mucho más grande y casi avasallador: vamos a tener todo un país para reconstruir, para crear. Todos. No solo el presidente de turno.

martes, agosto 27, 2013

¿A quiénes les conviene los paros campesinos?

Un año antes del golpe militar que derrocó a Salvador Allende en 1973, la Agrupación de Dueños de Camiones, con el apoyo de otros gremios, convocó a un paro nacional. El problema de abastecimiento de bienes de consumo que ya se venía presentando se agravó aún más y llevó a estudiantes, amas de casas y otros sectores a lanzarse a las calles en un extendido cacerolazo. El paro se prolongó durante un mes, generó grandes pérdidas económicas para el país, pero sobre todo, sirvió para minar el acervo político de Allende y abrirle paso a lo que vendría un año después.

Cualquier parecido con la actual realidad colombiana no es simple coincidencia.

El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 fue solo la culminación de un prolongado proceso de desestabilización motivado por la extrema derecha chilena, que desembocó en el triste capítulo de la historia latinoamericana que ya todos conocemos y del cual fue protagonista Augusto Pinochet.

Lejos estoy de sugerir un parecido entre Allende y Juan Manuel Santos. Mientras el primero bebió de las aguas del socialismo para diseñar su programa político, el segundo es heredero de una clara filosofía económica liberal: graduando del London School of Economics y Harvard, sabe que para la exitosa implementación de un modelo capitalista es necesaria la estabilidad política, social y económica. Su gestión como Ministro de Comercio Exterior durante César Gaviria, como Ministro de Hacienda durante el gobierno de Andrés Pastrana, e incluso como Ministro de Defensa durante Uribe, lo confirman. No hay quién invierta en un país en guerra.

Y eso es lo que no le perdona la extrema derecha colombiana: el que quiera terminar la guerra a través de una salida dialogada, sin más armas, sin más muertes. Si Allende y Santos no pueden ser más diferentes, a las extremas derechas de todo el mundo, por el contrario, las mueven los mismos motivos: su propia egoísta supervivencia y su incapacidad de ver en el bienestar común su propio bienestar.

No es que las exigencias campesinas no sean válidas. Lo son. Lo han sido durante décadas. La pregunta es ¿por qué ahora? ¿Por qué todas juntas? ¿Por qué otras protestas similares siempre habían sido acusadas de estar infiltradas de la guerrilla y por tanto siempre fueron aplastadas, pero ahora sí son escuchadas? Pero más importante aún: ¿cómo sus exigencias dejan por fuera el elefante en el cuarto?

¿El costo de los insumos? Claro, por supuesto. ¿Subsidios? ¡Cómo no! ¿Acaso Estados Unidos y Europa no subsidian a sus campesinos? ¿El TLC? ¿Y dónde estábamos todos nosotros cuando se estaba negociando? ¿Dónde estaban los gremios? A nosotros, como ciudadanos, nos toca un papel como vigilantes de lo que hace el gobierno. Echar para atrás acuerdos internacionales no se hace de la noche a la mañana. Si al gobierno le toca una parte de responsabilidad en firmar acuerdos que desfavorecen al país, sobre nosotros como ciudadanos también recae esa responsabilidad. Pero ese es otro tema.

El elefante en el cuarto es la reforma agraria. Según un estudio de Balcázar y Rodríguez Pizano-, “los índices de concentración de la tierra en Colombia son de los más elevados del mundo”: el 70% de los predios de menos de cinco hectáreas equivalen al 6% de la tierra y mientras que las grandes extensiones (de más de 200 hectáreas) representan menos del 1% del total de predios, concentrando el 43% de la tierra. ¿Cómo es posible que nadie mencione el problema más apremiante del sector agrario que es la concentración de la tierra? Mi teoría: porque a los que verdaderamente están detrás de los paros campesinos no les conviene.

Infortunadamente y como pasó en los 50 en tiempos de La Violencia, creo que muchos sectores populares están siendo manipulados. En ese entonces, campesinos fueron instigados a matar a otros campesinos porque unos eran conservadores y otros liberales. Tras el Frente Nacional todos fueron dejados a la deriva. Y muchos de los que hicieron parte de las milicias liberales pasaron a conformar las actuales FARC.

No quiero minimizar la importancia de las demandas campesinas. Estén quienes estén tras esas demandas, son ellas muy válidas. Y Juan Manuel Santos tiene en estos paros otra oportunidad trascendental para quebrarle el espinazo a la historia: atender los reclamos campesinos, lo que no se hizo en los años 60.

Creo adivinar el modelo económico que J.M. Santos quiere solidificar en el país y no lo comparto. Sin embargo, quiero tener la oportunidad de diferir y presentar mi opinión en un marco de estado de derecho que me permita disentir sin que mi integridad física esté en peligro.

Los actuales paros campesinos tienen el peligroso poder de minar lo recorrido en los diálogos de paz que se llevan a cabo entre el gobierno y la guerrilla de las FARC en La Habana. Creo que la extrema derecha está detrás de los paros. Creo que ese es su objetivo: restarle apoyo político a Santos, enterrar los diálogos de paz y abrirse paso de nuevo para alcanzar el poder (léase Uribe). Y, créanme, entonces, las protestas campesinas volverán, a ojos de ellos, a estar infiltradas por la guerrilla. Creo que J.M. Santos puede convertir esta crisis en una oportunidad.

Sé que entre la población en general hay muchos opositores a los actuales diálogos. ¿Cómo, acaso, perdonarle a las FARC todas las muertes y el dolor infringido? Difícil pensar en que aquellos que una vez fueron victimarios ahora puedan intervenir políticamente en libertad. El camino hacia la paz después de un periodo tan extendido de guerra como el que ha vivido Colombia no es fácil y lo será aún más difícil si seguimos dilatando este paso. No es por los muertos que debemos continuar la guerra, sino por los vivos que debemos perseguir la paz. Todos. No solo el gobierno.

jueves, marzo 14, 2013

Un encuentro con J. M. Coetzee


Los orígenes
Por segunda ocasión me encontraba parada frente a la puerta de la oficina 523, del Edificio Napier, en la Universidad de Adelaide. Tal y como me había pasado dos años atrás, en 2010, pensé que tanto el pequeño zaguán de acceso como la puerta misma parecían corresponder a un cuarto auxiliar y no a la oficina del premio Nobel de Literatura, J. M. Coetzee. La entrada era oscura, casi escondida; la puerta de color gris lucía mal pintada. Recuerdo que aquella vez dudé si debía o no llamar a la puerta. Las dos opciones que surgían ante mí eran intimidantes: o bien podía abrir la puerta el conserje, quien tal vez no sabría darme razón del escritor, o J. M. Coetzee, en persona.

Su fama de persona retraída y poco dada a la figuración (no fue a recibir los dos Booker Prize que ganó por Vida y época de Michael K y Desgracia, por ejemplo), me hacía imaginar que abriría la puerta y ante mi impertinente solicitud, se libraría de mí con desdén. Quería pedirle que me firmara una edición de su novela Juventud, una obra que ocupa un lugar especial entre los libros favoritos de mi padre. A raíz de mi inminente visita a Colombia, tuve claro, desde el principio, que ese sería el regalo perfecto para él. ¡Qué caray!, me dije, si me dice que no, pues sólo le llevo a mi papá la versión en inglés del libro, pero al menos lo habré intentado. Toqué una, dos veces a la puerta. Nadie abrió.

Había llegado a la oficina 523 por la información que aparece en el sitio de la Universidad de Adelaide. Allí estaba su teléfono, el correo electrónico y el número de su oficina. Me pareció muy fácil, tal vez demasiado fácil, intentar ubicarlo. Me quedan dos medios más, me dije tras dejar la oficina atrás. Lo llamé, pero el número correspondía a la recepción del Departamento de Inglés y Escritura Creativa. Mi única opción restante era el correo electrónico. Revisé casi cada hora mi cuenta de correo durante los siguientes tres días de haberle enviado mi carta. Nada. Ninguna respuesta. Imaginaba yo que mi mensaje apenas habría tocado su bandeja de entrada antes de ir a parar, junto con otros muchos similares, a la carpeta de elementos eliminados, así que dejé de revisar mi cuenta y me sumergí en mis estudios de maestría.

Ya había perdido toda esperanza de respuesta cuando diez días más tarde leí su correo. Estaba fechado el sábado 27 de noviembre. Me pedía que dejara el libro en su casillero de la universidad, antes del mediodía del lunes 29. Y yo estaba leyendo su correo el martes, al final de la tarde. Mi inmensa alegría al ver su mensaje se transformó en pánico cuando pensé que había dejado pasar una oportunidad irrepetible.

Sin embargo, dos años después, la firma de ese libro nos tenía ahora a mi padre, a mi madre y a mí, parados frente a esa puerta gris, en ese casi oculto zaguán. Pero esta vez la puerta estaba entreabierta.

Mis padres viajaron a Australia para acompañarme durante la ceremonia de grado. Mi papá, Isaías Peña Gutiérrez, había traído consigo, sin tener certeza alguna sobre un posible encuentro con J. M. Coetzee, el número 66 de Hojas Universitarias con un artículo de Joaquín Peña Gutiérrez sobre él, un ensayo inédito escrito por Germán Gaviria, una crónica de El Espectador de Nelson Fredy Padilla, un video y un afiche de cuando en Noche de Narradores se abordó su vida y obra, media libra de café Montañita y otra de San Isidro, del sur del Huila. Todo eso para entregárselo como obsequio en caso de un probable encuentro.

Al llegar a Adelaide, mi padre decidió escribirle sin intermediación mía a Coetzee. En ese correo electrónico, escrito en español porque teníamos la sospecha de que entendía el idioma—, le decía sobre su deseo de entregarle ojalá personalmente reza la carta esos materiales preparados en la Universidad Central. Cabía, por supuesto, la posibilidad de que él, una vez más, nos solicitara dejar lo mencionado en su casillero. Al día siguiente recibimos su respuesta en inglés. Aceptaba vernos el lunes a las once de la mañana en su oficina de la Universidad de Adelaide.

El encuentro
Lunes, 3 de septiembre de 2012. Llevamos media hora dando vueltas por el primer piso del edificio Napier. No queremos que se nos haga tarde. Subimos al quinto piso cuando faltan diez minutos para las once. La puerta de la oficina 523 se encuentra entreabierta. Quiero asegurarme de que estamos frente a la oficina correcta y toco cuando aún faltan cinco minutos. Una figura delgada se recorta contra el chorro de luz que se abre paso. Es él.

Habla quedo. Los movimientos de sus manos dan volumen a su voz mientras nos indica dónde sentarnos. Mi padre queda enfrente suyo, mientras mi madre, Clara Betty, está sentada a su izquierda y yo a la derecha. Voy a ser la traductora en este encuentro.

Estoy nerviosa. Estamos nerviosos. Incluso él, creo. Mi padre, con una voz que le robaba a la emoción y al nerviosismo, le pregunta sobre cuál es la correcta pronunciación de su nombre.
Kuut-seedice él.

Mi padre, entonces, empieza a hablar sobre los materiales que ha traído y los va poniendo con tranquilidad sobre la mesita de centro. Yo traduzco y traduzco de dos formas, porque busco en sus gestos un mínimo signo que me diga algo sobre sus pensamientos. Nada. Inmutable. Indescifrable. Muy inglés, si se me permite decirlo.

Mi padre abre con una caricia las páginas de Hojas Universitarias mientras va contando sobre los autores de los artículos, Coetzee pregunta sobre su contenido y agradece con sencillez. Comenta que ignoraba que su obra fuera de tanta aceptación y estudio en Colombia, y parece complacido. Mi padre le pregunta si toma café. Él asiente con un leve movimiento de cabeza y mi papá le entrega la media libra de Montañita y la otra de San Isidro. De repente, una tímida e inesperada sonrisa nace de sus labios y transforma su rostro. Y veo, por primera vez, un signo de emoción en él. Casi puedo escucharle decir No se hubieran molestado.

Dos propósitos tenía en mente mi padre al contactar a Coetzee. El segundo estaba supeditado al logro del primero, que era, como se adivinará, entregarle ojalá personalmente los textos traídos de Colombia. El segundo era un acto de fe.

Como ya dije, Coetzee es famoso por evitar actos públicos. Se afirma incluso que apenas se le ha visto pronunciar palabra en eventos sociales, y es alguien a quien, en definitiva, no le seduce el brillo de la fama. Tal era el hombre que estaba enfrente de nosotros.

En un gesto sorpresivo, toma una copia de la última edición de Escenas de una vida en provincia, la autografía y nos la entrega. Mi padre, entonces, sin mayores preámbulos, le dice a manera de pregunta y comentario si consideraría ir a Colombia en una visita académica invitado por la Universidad Central. Él pregunta si conocemos el Festival de Poesía de Medellín. No traduzco la pregunta a mis padres, y más bien me apresuro a contestar que por supuesto, que es una institución en Colombia, un evento de renombre internacional que ha llevado al país importantes escritores del mundo.
Yo he declinado sus invitaciones dice él.
Siento que las fuerzas se me van. Interpreto sus palabras como una negativa. Es apenas la introducción a una respuesta que mi imaginación ya elabora.
Sí, podemos discutirlo dice mientras asiente con suavidad.
En mi incredulidad, contrapregunto para confirmar que he entendido bien su respuesta.
Sí, es posible reafirma.
Traduzco todo a mis padres, con rapidez y emoción.

La reunión parece entonces llegar a su final. O al menos eso pensaba yo. Mi madre, atenta al desarrollo del encuentro, no ha olvidado, como yo sí, la cámara que reposa sobre la mesa de centro. ¿Una foto? pregunta ella. Y él, diligente, abre por completo las cortinas. La luz inunda toda la oficina. Sugiere un lugar para las tomas y se acomoda antes que nosotros. Un clic y quedan retratados mi padre y él; otro clic y son mi madre, mi padre y él; el último clic y quedamos él, mi padre y yo.

El escritor, en extremo reservado, de vida casi monacal, según se dice, surge ante mí como un hombre cordial y muy amable; tímido, pero consciente de la figura pública que no puede evitar ser.

Nos despedimos. La clara y azul mañana de primavera nos recibe sobre la calle North Terrace, que alberga el recinto cultural del Adelaide. Nosotros dejamos atrás el edificio Napier y empezamos a recapitular el encuentro.

miércoles, marzo 06, 2013

Urban de Circolombia, una historia de talento y amor por la vida

Como parte del Adelaide Fringe Festival, se presenta por estos días y hasta el 9 de marzo Urban, un espectáculo circense que integra también teatro, baile y música. Urban es una producción de Circolombia y narra cómo es la vida para los jóvenes que crecen en el tristemente famoso distrito de Aguablanca, en Cali, Colombia. Es una gran producción que reúne a jóvenes muy talentosos y profesionales entorno a una historia muy bien contada.

La siguiente es una nota que preparé para el programa radial Amistad, que se transmite todos los domingos a las 2:00 pm, por Radio Adelaide, 101.5 FM.

Urban de Circolombia en el Adelaide Fringe Festival


Sus comentarios y preguntas son siempre bienvenidos.



miércoles, julio 30, 2008

Un reality para pianistas

Del 16 de julio al 2 de agosto se realiza en Sydney la competencia internacional para jóvenes pianistas, Sydney Internacional Piano Competition of Australia. El evento posee el doble carácter de ser los olímpicos de la interpretación pianística (se realiza cada cuatro años) y de desarrollarse un poco a la manera de los más conocidos realities de la televisión: hay un jurado calificador pero hay también un premio del público.

La versión 2008 reunió a 36 jóvenes pianistas de todo el mundo de los cuales, tras sucesivas eliminaciones, quedan solo seis. De ellos, solo una mujer: la joven rusa de 23 años, Tatiana Kolesova. De América Latina, infortunadamente, nadie clasificó para la competencia (hubo audiciones mundiales para seleccionar a los participantes). El más cercano representante de nuestra cultura es el español José Menor, de 30 años.

En el proceso de evaluación de las habilidades interpretativas de los concursantes, la música de cámara juega un importante rol así como conciertos con orquestas de cámara y sinfónicas.

La competencia se encuentra en este momento en su etapa final: para los concursantes significa que cada uno debe interpretar dos conciertos escogidos de una selección de nueve piezas dadas pertenecientes a Beethoven, Mozart, Saint Saens, Prokofiev y Tchaikovsky. Los resultados se darán a conocer el próximo 2 de agosto.

En internet se pueden escuchar las presentaciones en vivo o en diferido.