jueves, mayo 25, 2006

Segunda jornada de paro de transportes en Bogotá

Así es. Otra vez. Ya hace dos o tres semanas hubo uno. Fue total. Realmente fue la primera vez que en realidad no vi prácticamente ningún bus, ni buseta. Hoy hay algunos. Pocos, pero no ausentes por completo. Decían que los taxistas se iban a sumar, pero el servicio parecía normal. La conclusión de la jornada pasada es que los trancones los ponen los carros particulares, mientras la contaminación es del transporte público.

Estamos a tres días de elecciones: paro de transportadores en Bogotá, paro de la rama judicial, paro del sector minero (del que muy poco se ha informado), posible paro del sector bananero, manifestaciones indígenas en el Cauca... Uribe ofreció $1000 millones por informaciones que ayuden a esclarecer los hechos de Jamundí.

El país se le cae, señor presidente.

El huevo de la serpiente

Esta película de Ingmar Bergman, de 1978, transcurre en el periodo entre la primera y la segunda guerra mundial, en Alemania. La vi hace mucho tiempo, a duras penas recuerdo la historia. Lo que sí recuerdo y aún siento es el ambiente opresivo que quiso reproducir Bergman: la derrota, la tensión, la depresión– social, económica y moral- de la Alemania de posguerra, como si se pudiera escuchar cuando una fruta se está pudriendo. Como todos sabemos, el final de esa época fue el comienzo de uno de los capítulos más vergonzosos de la historia: el ascenso y permanencia en el poder de Adolf Hitler.

Siempre me he preguntado el porqué del nombre. Mi interpretación es que toda la película es como ver la incubación del huevo de una serpiente. Una venenosa. Una mortal. El saber que se trata de un huevo de serpiente, verlo “madurar”, ver cómo se resquebraja el cascarón y sale la pequeñísima lengua bífida de su cría... y no hacer nada. Espero que los ambientalistas no se molesten con estas palabras. No pretendo decir que hay que matar a todas las serpientes venenosas del mundo. Esto, claro, es una metáfora.

Sin asegurar que sea la misma situación, esta película me viene a la mente con frecuencia desde hace cuatro años, cuando Álvaro Uribe se lanzó como candidato a la presidencia la primera vez y la sociedad colombiana lo acogió con pasión. Dos circunstancias generan el vínculo: la semejanza entre la situación de la sociedad alemana (causada a raíz de su derrota durante la IGM y las posteriores imposiciones económicas que sobrevinieron, lo que resquebrajó el espíritu de la orgullosa Alemania) y la colombiana (acosada por años de guerra, y carente de instituciones válidas y fuertes) y por lo de tenebroso que veo entre Hitler y Uribe.

No pretendo decir que Uribe sea un Hitler, no: Uribe no tiene la mentalidad imperialista de Hitler: es demasiado lacayo y feudalista para eso. Tampoco pretende la imposición de una raza única, aunque la nutrida presencia de paisas en algunos de los más importantes cargos durante los pasados cuatro años podría poner en duda eso. No. Es en lo tenebroso de ambos, en el uso de la propaganda para encubrir la realidad y crear otra, en el espíritu bélico común; en su apelación a axiomas que pretenden proteger y prolongar un status quo “correcto”, en lo que ambos se me asemejan. Se me parecen en que, por esta vía, y por estas razones, ambos permitieron y estimularon la filtración en su estructura de poder a personas y prácticas que atentan contra principios como el de la justicia, la igualdad, la tolerancia. Y finalmente crearon una situación donde las leyes se convierten en una parodia y la traición, la mentira y el encubrimiento, son las leyes de la física que rigen su mundo.

Sin embargo, no es Uribe lo que más me entristece. No. Hay dos tipos de personas que van a votar por él: las que solo se guían por esa propaganda creada y luego difundida con glotonería por algunos medios de comunicación. Es decir, aquellas personas que nunca les ha interesado la política, no les interesa y tampoco hacen mayor esfuerzo para relacionar en un mismo plano incluso las mismas informaciones contradictorias que difunden los medios. Y las que son plenamente conscientes y respaldan las medidas autoritarias y mediavales de Uribe. Estas son las que más tristeza me generan. Porque significa que MI sociedad colombiana respalda y apoya la manipulación de la ley con propósitos mezquinos; que apoya la adopción de medidas que atentan contra el DIH; que cambia los resultados económicos por la vida y dignidad humana; que se hace la de la vista gorda cuando otro es el afectado.

Si Uribe resulta elegido el próximo domingo en la primera vuelta, eso lo dotará de un respaldo sin límites y se sentirá con total autoridad de imponer cuanta medida retardataria se le ocurra. La gente continuará con la idea de que seguridad es sentir el helicóptero sobrevolando la ciudad -como lo escucho yo ahora-; que siete retenes militares en un recorrido de ocho horas es poder viajar con seguridad por el país; que puede darse el lujo de adquirir un auto blindado –sí, blindado- cuyo cierre de puerta suene igual a uno que no lo esté. Se fijarán con orgullo en un 5% de crecimiento en la economía, pero ignorarán con indiferencia que el beneficio de ese crecimiento no solo lo disfrutan unos pocos, sino que se debe al sacrificio de muchos, a pesar incluso, de que ellos mismos se encuentren entre esos muchos.

Iba a escribir un blog titulado “Quién le cree a Uribe”, tras el desplante que le hizo a Caracol para la entrevista (sí, señor, era una entrevista; no era ningún debate o confrontación) o tras sus insulsas declaraciones a raíz del cruce de fuego “amigo” entre ejército y policía. Sin embargo entre ayer y hoy he escuchado, de nuevo, tantas voces de respaldo a Uribe que se me encoge el alma al pensar que no importa lo que haga o deje de hacer este señor, hay quienes lo respaldan.

Sugekume empieza a salir de su huevo: no solo presenciamos su nacimiento sino, también, muchos le dan calor.