sábado, septiembre 02, 2006

Hábitos

Regresar me devolvió también a mis viejos cómodos hábitos: como mi jugo de naranja a media mañana, salir puntualmente a almorzar a las 12:00, tomar alguito a media tarde, revisar por encima el sitio de Lonely Planet, leer los titulares de El Tiempo, leer los mails de las listas de correo a las que pertenezco y uno recientemente adquirido: estar pendiente de los "whereabouts" de Chris Daughtry. Cómo dejar pasar esto:



Es demasiado para que esté contenido en un solo hombre: la voz, el cuerpo, la virilidad que exuda, los movimientos y la canción que me encanta. ¡Cómo hacer para conseguir una copia! Del video y de él, claro.

viernes, septiembre 01, 2006

No, sin pesar, regresamos

En realidad. Regresé. Mi madre estaba muy contenta de volver. Yo... este... Es bueno volver a un entorno conocido, donde el mapa está en la cabeza y no en un papel (aunque es divertido perderse en una ciudad y lograr ubicarse en ella y, finalmente así, conocerla más), donde uno entiende todo lo que otros hablan alrededor. Pero el regreso para mí aún me entristece. Claro, hay aquí personas y cosas que son raíces y punto de referencia: son polos a tierra importantes y necesarios. La familia, lo primero de todo. El sol y el cielo maravillosos que hicieron ayer jueves. La bienvenida de los amigos. La familia: mis hermanos, mis cuñadas, las tías y tíos y primos. Todos ellos que son un mundo abrazable y sostén.

Cada ciudad visitada me dejó una pátina en la piel que aún se escurre por ella y me trae flashes de imágenes: San Peterburgo con su majestuosa y palaciega Nevski Prospekt. Helsinki, pequeña, tranquila, ordenada, amable y un lugar aparentemente ideal para vivir (excepto, claro, por sus cuatro horas de luz día en invierno). Estocolmo, con su disparada y envidiada calidad de vida. Praga, ciudad-museo con su castillo dominante que se atascó en el conciente y subconciente de Kafka y de todos los que la visitamos. Berlín, la que más me tocó, la que de alguna manera duele, protagonista en carne viva de la mayor parte del siglo XX y que lucha en sus calles, en su vida diaria por sobreponerse o aceptar su pasado de "malo del paseo" y de perdedor humillado de la guerra; y París, la bella París, la fuera de concurso, la de los cafés bordeando cada calle y mirando a sus transeúntes, la que se tiene que disfrutar con los amigos.

En este momento, cuando amance sobre mi Bogotá, recuerdo a quienes nos acogieron en su tiempo y en sus hogares durante nuestro trayecto: Alex Look, que compartió su Estocolmo con nosotros; Mario Giacometto, que en un gesto de generosidad extrema se incomodó él mismo para prestarnos su apartamento y nos acompañó en nuestros recorridos asombrados de Berlín; a Carlos y Esmeralda, que hicieron de París y Versalles lugares aún más bonitos y placenteros; a Adolfo por sus notas musicales y la alegría de una ¡tertulia en París!; y last but not least Claudia, que fue nuestra compañera de metro y calles desconocidas -al menos, para nosotros la primera vez- y en esta ocasión nos roció con su alegría filósofa y sus apuntes chispeantes.

¡Cómo no querer seguir viajando!